Conchi estaba abatido, su madre se fue hace varios días y aún no había vuelto.
Tumbado sobre la tierna hierba, de sus bonitos ojos azules se escapaban lentamente unas pequeñas lágrimas.
Abatido, triste y hambriento no tenía fuerzas para levantarse.
Sólo era capaz de llorar y seguir tumbado sin comer hasta que su cuerpo aguantara.